
Cuando las vacaciones llegan deseándolas tanto, una
catástrofe tiene que pasar para no disfrutarlas al máximo. Este año las
vacaciones llegaron tarde, en noviembre, pero jamás pensé que podría aprovechar
y disfrutarlas tanto.
Los primeros días fueron extraños… salimos un martes,
después de haber trabajado el lunes a mi 200% haciendo doble jornada y con el estrés
persiguiéndome, así que mi mente estaba todavía desubicada, y me costó unos
días entender que ¡estaba de vacaciones!. Decidimos comenzar las vacaciones en
Margalef y eso fue todo un acierto. Aunque me costó relajarme y olvidar el
trabajo, a los tres días Margalef, había conseguido embaucarme de nuevo.
Como
siempre, el ambiente fue genial, da gusto escalar en una escuela así y tener
luego un lugar para reunirse con amigos y “futuros amigos” a exagerar sobre las
escaladas del día ;-). Coincidimos con amigos "de siempre" a los que vemos de vez
en cuando, asomó un atisbo de redescubrimiento, de alguien que creía perdido y
conocimos a tres personas fantásticas que pasaban por allí y que nos regalaron
momentos bonitos y divertidos, asi que ¡gracias, volveremos a encontrarnos!

Y a partir de entonces, segunda fase de las vacaciones! Marcos,
Marta y Valeria vinieron a nuestro encuentro para compartir las dos semanas
siguientes y como dice Marta “si reír rejuvenece, acabo de cumplir 18”. Fueron
dos semanas fantásticas!! Pusimos rumbo a Oliana, escuela que yo no conocía y
que me gustó mucho. Quizá no sea un sitio para elegir como destino de vacaciones
pero conocerlo merece la pena, muro de caliza ligeramente desplomado y con vías
que rondan los 40 metros ¡increíble! Tres días allí fueron perfectos y aunque
habíamos decidido quedarnos algún día más, la lluvia nos hizo volver,
¿dónde?... ¡¡Margalef!! Y prometo que yo no tuve nada que ver con la decisión…

Tuvimos mucha suerte con el tiempo y disfrutamos de un sol
espectacular todos los días. Escalamos muchísimo y poco a poco volví a sentir
que la escalada y yo nos reconciliábamos de nuevo. ¡Qué sensación tan
agradable! De nuevo sentí que formaba parte de las vías que probaba, ya no era
una pelea física y mental contra ellas, sino que mi cuerpo iba adaptándose a ellas
paso a paso, de una forma sencilla, cómoda, asimilando cada gesto y disfrutando
cada movimiento. Es cierto que quemé mi último cartucho para intentar evadirme
de ese miedo que me aterroriza de vez en cuando, pero esta vez, quizá dí con el
remedio adecuado ¡la música! Un repertorio minuciosamente seleccionado me
acompañaba cada día a cada vía y, me sentía bien… no había tensión, ni miedo,
incluso me sorprendí en algún momento visualizando los pasos, tarareando esa
canción. Casi todas las cosas en mi vida van acompañadas de música, así que por
qué no intentarlo?

Y al margen de todo esto, también tuvo que ver en esta
evolución, que tras las horas de escalada, había una “sobredosis” de carcajadas
imparables. Jamás pensé que podía reír tanto, dejarme llevar por el momento de
euforia y echar a un lado el sentido del ridículo que a veces me acompaña y no
me deja disfrutar. Estas vacaciones ha desaparecido! Hemos reído sin parar,
hemos “payaseado” sin parar y el “buen rollo” generado todavía hace que me
levanté por las mañanas sonriendo, al recordar alguno de los momentos vividos. ¡¡Qué
importantes son las personas con las que compartimos nuestros momentos!!
“Te quiero no por quien eres, sino por quien soy cuando
estoy contigo”.- Gabriel García Marquez.
¡¡Sería terrible vivir sin música!!